sábado, 11 de mayo de 2013

Argentina: Rompa el vidrio en caso de emergencia


Andrés Figueroa Cornejo

1. El Estado argentino es de contenido burgués, no popular, y columna de la promoción y garantía de las relaciones sociales capitalistas. La actual administración del Estado tiene como objetivo cardinal mantener la gobernabilidad conforme a los contenidos del Estado, el consenso inestable y la hegemonía ideológica en constante disputa sobre la mayoría social que vende su fuerza de trabajo al precio determinado dinámicamente por la lucha de clases y la tasa de ganancia de una  minoría. La burguesía argentina, al igual que la de la inmensa mayoría de América Latina, Asia y África, es dependiente del imperialismo financiero y corporativo asociado de las clases dominantes de Estados Unidos, parte de la Unión Europea, Israel.

2. La oposición tradicional al oficialismo que administra el Estado argentino, en términos estratégicos, es funcional a los mismos intereses de clase. Los matices podrían ofrecerse en el campo del volumen de los programas sociales contenciosos y los porcentajes de los presupuestos destacados a los llamados servicios sociales. El Estado que subsidia áreas del capital bajo el compromiso del traspaso de una fracción de ese mismo subsidio a los consumidores finales, también es concesionista formalmente, y privatista en los hechos. Más allá de la estatización de un porcentaje de la producción petrolera en territorio argentino. De hecho, la estatización por sí sola no determina a sus beneficiarios. Ello corresponde a la coyuntura de la lucha de clases. Es el resultado histórico y necesario del combate entre los pocos de arriba y los tantos de abajo

3. Las reyertas palaciegas entre el oficialismo y la oposición tradicional –que constituyen el sistema de partidos políticos predominante en Argentina- son anécdotas, incidentes, fenómenos que no arriesgan de manera estructural el lugar en la división internacional del trabajo, el despojo y la deuda en que el imperialismo ha situado al país históricamente.
El dramatismo con publicidad o la publicidad  dramática que enmarca la puja por acceder a mejores sitios en la administración  del Estado sólo es la pirotecnia requerida para que la dictadura del capital aparente ofrecer opciones políticas frente a un electorado clientelar, consumidor, recipiente, mercado, no participativo, muchas veces distraído por las productoras de eventos del poder y sus falsos pugilatos.
Y sólo es así, necesariamente así, porque la fórmula imperialista para legitimarse ante su propia contraparte sistémica y adversarios subalternos, consiste en intentar completar su hegemonía una y otra vez, mediante  la imposición  de la democracia representativa, el liberalismo económico y la  denominada lucha contra el terrorismo. El programa de la actual fase del capitalismo tiene por fin  reproducirse y perpetuarse sobre sus intereses de clase, conviviendo y resolviendo las contradicciones intercapitalistas secundarias para destruir competencia y aumentar la concentración y apropiación del excedente de la producción del trabajo humano. Las descompensadas  relaciones de poder dominantes, la intensificación de la explotación del trabajo asalariado, la acumulación por desposesión, la financiarización mundial y el empobrecimiento de la inmensa mayoría planetaria  son las condiciones de su propio movimiento y recreación.
Argentina, con sus particularidades, no escapa de los aspectos fundamentales de la dinámica arriba mencionada.  

4. Contingentemente, como ‘modelo’ y ahora ‘proyecto’, la administración K está en su otoño. La crisis económica mundial se montó sobre crisis anteriores no resueltas. El discurso desarrollista, casi autárquico, industrialista y productor de mercancías terminadas se rompió la cara contra la realidad, las relaciones de fuerzas concretas, la mantención y profundización de las relaciones sociales capitalistas, la ausencia de una voluntad de transformación radical de  Argentina, la consolidación del agroextractivismo primario exportador y las cargas impositivas sobre la mayoría para dibujar un crecimiento que el 2013 terminará a la baja combinado con una inflación a la suba y superior al 30 % anual.
Pero la actual administración del Estado no mintió en sus propuestas y conductas sustantivas. Exigió un ‘capitalismo de verdad’ en foros internacionales. Sin embargo, erró en la lectura del ‘capitalismo de verdad’, porque el imperialismo financiero es la fase hegemónica del capitalismo realmente existente. Hace décadas terminó la acotada fase capitalista desarrollista y de sustitución de importaciones  para países dependientes. De hecho, más del 70 % de la fuerza de trabajo argentina se encuentra en el sector servicios, está tercerizada –y en algunos casos, hasta esclavizada-, y la mitad, ‘en negro’, súperexplotada y sin ninguna relación contractual ni seguridad social. Los obreros fabriles están en extinción; la llamada ‘economía mixta’ es un eslogan nostálgico.
La inflación no golpearía con tan furioso garrote y empeoramiento general de la vida a las grandes mayorías si los salarios y derechos sociales no se redujeran sistemática y vertiginosamente. Independientemente de la corrupción, lumpenización ampliada y otras lacras propias de las relaciones sociales capitalistas dependientes.
Asimismo, las políticas monetarias e improvisaciones de la presente administración nacional, de maneras comprensiblemente desesperadas, buscan compensar una balanza comercial castigada por la baja de exportaciones sojeras y cerealeras durante el primer trimestre de 2013 mediante la emisión de papeles soberanos en forma de deuda con respaldo opaco del Banco Central y de los ahorros previsionales acumulados en la Asociación Nacional de Seguridad Social. Otras medidas evocan el ‘capitalismo popular’ del ultraliberalismo impuesto en la dictadura chilena (y que fracasaron estrepitosamente), como la venta individual de acciones de YPF.
La devaluación del peso devenida del proceso inflacionario y la dolarización a  cualquier costo para salvar la industria inmobiliaria, importar energía, amortiguar la situación de riesgo país que espanta inversiones, y hacer caja para sostener parte de los subsidios a los servicios básicos hasta las elecciones parlamentarias de 2013, son fenómenos concurrentes.
Con Mauricio Macri, Gabriel Mariotto, Daniel Scioli, José De la Sota, Hugo Moyano o el periodista Jorge Lanata en la cabeza del Ejecutivo las cosas no tendrían por qué ser diferentes. Ellos también representan orgánicamente los mismos intereses de clase que los K.

5. Como totalidad, el capitalismo argentino reproduce las relaciones patriarcales de dominación, el racismo, el verticalismo en la aplicación de la toma de cualquier decisión de arriba hacia abajo –que sólo echa pie atrás, congela o posterga  por obra de los conatos de resistencia popular-. No existen plebiscitos, consultas vinculantes, y la publicación del resultado de las encuestas privadas está penada. La prensa en todos sus formatos refleja la disputa por la administración del Estado del actual Ejecutivo y de la oposición tradicional. Por mito, mediación, propaganda y fetichismo, la mayoría de los grupos de interés dominantes en disputa se dicen ‘depositarios del verdadero peronismo’.
La lucha de los pueblos indígenas por su territorio e identidad, autodeterminación y libertad; del ambientalismo consecuente contra los estragos de la megaminería y la sojización; del sindicalismo de base y antiburocrático; de la vivienda; de los migrantes que realizan los peores trabajos; de los jóvenes y las mujeres; de la defensa de los ámbitos públicos que quedan, son duramente reprimidos e invisibilizados. En este sentido, el sistema de partidos políticos opera coludidamente, más allá de las declaraciones oportunistas.

6. Debido a la formación histórica del sindicalismo por arriba, los trabajadores contratados y organizados no logran salir de la pelea economicista, corporativa, peticionista, la negociación del reajuste, los bonos, el no cobro de impuestos al salario, el mejoramiento de las pensiones. En Argentina, y hasta el momento, las movilizaciones callejeras y piquetes son contra personajes particulares y políticas antipopulares limitadas. Los trabajadores, en general, no luchan aún por el poder y la mayoría espera un salvador o salvadora que caiga de una cumbre. Es decir, no llegan a convertirse en sujeto histórico, en protagonistas de su propio porvenir. Al respecto, la alienación multidimensional utilizada por la clase dominante transnacionalizada cuenta con un éxito parcial no menor. Asimismo, todas las semanas aparecen fugaces partidos ‘nuevos’, que no son más que terceras banderas de uno u otro bloque dominante y concesionario de la administración estatal.    

7. La unidad de la izquierda no es el problema principal para el triunfo de los de abajo, aunque esa unidad, que no existe, sin duda ayudaría a la recomposición de las fuerzas y el proyecto radicalmente democrático o francamente revolucionario del pueblo y los trabajadores en Argentina. Hoy es infinitamente más importante la unidad con sentido de los de abajo. Por más difícil que resulte la destrucción (deconstrucción dirán otros)  de las mediaciones que impiden ligar como una solo momento la igualdad y la libertad.
De hecho, sólo la intensidad, voluntad, horizonte y contenidos de la lucha de clases determinarán las claves, el sujeto transformador y forjarán desde su propio seno el nuevo instrumento político emancipador y conductor de las grandes mayorías. Ni atajos oportunistas, funcionales e inconducentes, ni voluntarismo épico, pero ineficaz.
La lucha social más politizada y autoconciente posible, como movimiento contradictorio y real, de acuerdo a sus estadios, composición, independencia de clase, fuerzas, práctica y evaluación de la situación concreta de la totalidad capitalista, fijará las formas de lucha más convenientes para la realización de sus intereses históricos.
Lo anterior supone la preexistencia necesaria de incipientes polos de reagrupación anticapitalistas cuyo objetivo primordial sea la articulación política de la unidad popular. Es decir, los activos facilitadores orgánicos de la composición del conjunto de grupos humanos reales que, de sólo sufrir el capitalismo,  pase a construir la hegemonía de su propio sentido común. El sentido común de sus intereses; el despliegue compuesto y complejo de su constitución como sujeto que contiene en su movimiento la superación del capitalismo.         

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