domingo, 5 de febrero de 2012

Argentina: El ajuste de cuentas




Andrés Figueroa Cornejo

Uno.

¿Por qué, con fatalidad abstracta y atávica y como si la historia no fuera un movimiento permanente y contradictorio, en Argentina hay quienes homologan “lo popular” con “peronismo”, inexorablemente? ¿Por qué hay gente de buen corazón, que aspira a la justicia social, la igualdad y la libertad, el fin de la explotación, el gobierno planetario de una sociedad sin inequidades ni discriminaciones de ninguna especie, profundamente humanista, que piensa que el capitalismo expansionista chino es mucho mejor y una alternativa al imperialismo capitalista norteamericano o europeo? ¿Por qué muchas personas que quieren cambiar el mundo se concentran en los fenómenos y los síntomas, la fachada y la anécdota, y no en las relaciones sociales, de clase y de poder, que organizan la infamia?

Dos.

Unilateralmente, el pre candidato a la presidencia de Argentina para el 2015, el ultraliberal y millonario gobernador de la Ciudad de Buenos Aires, Mauricio “Veto” Macri, dictó la no realización del Congreso Pedagógico porteño que debía debatir, puertas abiertas a la sociedad, los aspectos más relevantes de la enseñanza en la metrópolis. Macri -admirador del  políticamente fallecido primer mandatario chileno, Sebastián Piñera-, sujeto de discutible capacidad neurolingüística, mediante un decreto intentó argumentar que discutir para corregir el proceso educativo democráticamente, “atenta contra la agenda educativa y el cumplimiento de los 190 días de clases previstos”. Si incluso ese pretexto fuera cierto, de todos modos Macri privilegia peregrinamente la contabilidad administrativa sobre el mejoramiento real de la enseñanza. ¿Olvida el señor gobernador que los docentes son, además de formadores estratégicos de mujeres y hombres, líderes de opinión de la comunidad? ¿Cuánto gasta en asesorías que le agujerean los pies con municiones imborrables?

Tres.

El sistema financiero que opera en Argentina (representante del “anarco-capitalismo”), obtuvo  utilidades por casi 3 mil millones de dólares entre enero y noviembre de 2011 (21 % más que en el mismo período de 2010).

En tanto, la Presidenta de Argentina realizó una alocución pública para referirse  a su visión de las cosas. Ante la ocurrencia y advenimiento de las paritarias o negociaciones colectivas por sector económico entre dueños y trabajadores, desmintió que el gobierno haya colocado un límite a los reajustes salariales de un 18 %, toda vez que ministros del Ejecutivo (como el de Educación) así lo afirmaron a fines de enero.  Al respecto, CFK  dijo que “”Quiero que sepan todos, empresarios y trabajadores, que van a poder negociar libremente  sus paritarias, pero según la rentabilidad de cada sector”. Lamentablemente, Salomón dirimía casos particulares entre iguales y contaba con la inspiración divina. La inflación –de acuerdo a diversos estudios no gubernamentales- se encuentra en alrededor de un 30 %. Ello impacta en todos los índices macroeconómicos, en todas las cifras oficiales que se ofrecen opaca y nominalmente, y, más que nada, en la vida real de los alrededor de 17 millones de trabajadores activos (donde la mitad se desempeña informalmente o “en negro” –sin vínculo contractual, sin seguridad social, precaria e infrahumanamente-, obteniendo mucho menos del salario mínimo (que para buena parte de la fuerza de trabajo formal, es el máximo) y donde también tiene su lugar un territorio no establecido del más de un millón y medio de niños y adolescentes que realizan labores de adulto). La fórmula gubernamental –que poco tiene que envidiarle a la voceada por el peronista de derecha, peón de los que mandan y líder inestable de la Central General de Trabajadores, Hugo Moyano, que habla de “repartición de utilidades”- resulta de un corporativismo peligroso. Si se lograran superar los escollos contables de los propietarios y sus clásicos “lavados” para sortear impuestos, empleo y remuneraciones según sus ingentes tasas de ganancia; de cualquier forma un método de esa naturaleza simplemente consolidaría las desigualdades no sólo entre capital y trabajo, sino también entre los propios trabajadores. Y, en general, no sobre un mejoramiento de la base salarial.

Los obreros textiles ya alcanzaron un 28 % de reajuste y a mitad de año van por más; mientras los educadores a nivel nacional demandan un 32 %, es decir, 700 dólares. Un arriendo habitacional, aun más barato que el promedio, cuesta 350 dólares (en los barrios exclusivos de Buenos Aires, el precio del metro cuadrado de vivienda es de 3 mil a 4 mil dólares). Las paritarias docentes se han postergado por parte del gobierno con el fin de que al borde del inicio del año lectivo, los profesores se vean arrojados a la eventualidad de una huelga. Y las huelgas del magisterio son el argumento tradicional que usa la enseñanza privada para liquidar a la pública ante las madres, padres y apoderados.

Lo anterior es sólo una parte del programa de ajustes económicos post electoral del gobierno, frente a la propia inflación, el déficit fiscal y la colección de divisas. La retirada de subsidios al capital, lejos de los discursos, paulatinamente ha liberalizado al alza las tarifas de los servicios públicos, la telefonía, el transporte. Porque en el capitalismo, independientemente de sus variantes –que desde abajo apenas se distinguen-, el Estado se encuentra al servicio del capital y su reproducción ampliada. Y el gobierno de turno puede malograr su voluntad y bienintencionadas medidas redistributivas, de no ser un producto político del pueblo trabajador en acción de acuerdo a sus intereses históricos, y terminar sólo administrando el propio movimiento del capital y facilitando el fortalecimiento de las clases mandantes. Por más fútbol y carreras de autos que compre para ser transmitidas por televisión abierta; haga bravatas patrióticas, o reajuste las pensiones de miseria bajo los números de la inflación (17 %). En el marco de una crisis económica global, cuando nunca antes en la historia del trabajo asalariado, el capital había estado más transnacionalizado, más mundializado y sus flujos financieros y especulativos fueron más hegemónicos, el Ejecutivo adopta medidas pseudo autárquicas en vez de impulsar decidida y no sólo teatralmente la relación complementaria sur-sur, a escala continental, para empezar. Porque la contradicción esencial de la actual fase no es capitalismo nacional versus capitalismo mundial. Es simplemente capitalismo versus proyectos de sociedad no capitalistas; capital versus trabajo, capitalismo versus humanidad. 
Desde la Casa Rosada se dice que se creará una comisión  “para que evalúen la competitividad de cada área. Porque para nosotros la competitividad lo es sólo con respecto a la inclusión social, si no no lo es. En ese caso es explotación”. Pero donde se afirma “inclusión social”, debe ir pacto social de intereses irreconciliables de los pocos que concentran privadamente el excedente que produce la mayoría. ¿O sentar a la servidumbre mal pagada en la misma mesa de su propietario resuelve la falsa conciencia del que administra la opresión? ¿Y la explotación del hombre por el hombre, el despojo de los recursos naturales, la destrucción de los pueblos originarios, el patriarcado y las relaciones de poder se acaban con la capacidad de endeudamiento de los empobrecidos? Lo trabajadores y el pueblo son objeto de explotación o sujeto protagónico de la historia. Subordinados o hegemonía libertaria. En el trance dinámico y complejo de ese combate antiguo se dirime el porvenir.

Los nudos de lucha anticapitalista no pueden distraerse con el corporativismo ni el cooperativismo funcional o “de mercado”. El anticapitalismo y su organización nuclear, hace su día en el continente del pueblo trabajador. Desde las luchas espontáneas, primeramente económicas; desde el ambientalismo consecuente y las demandas genuinas de la mayoría; desde la resistencia de los originarios, la emancipación de la mujer, los migrantes expoliados. Así  adquiere su forma y su táctica, multiplica sus fuerzas y precipita, como una alternativa proveniente del movimiento real y no desde afuera, la convicción de poder político sin mediaciones de las clases subalternas y sus particularidades. De lo contrario se transforma en puro decorado que legitima el orden impuesto por arriba. En el “niño terrible” que testimonia la injusticia, pero no la trueca; que se emborracha con manuales inútiles, pero es impotente cuando se trata de rimar y remar junto a los tiempos y modos de los desheredados. 

Febrero 5 de 2012

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