jueves, 20 de septiembre de 2007

CHILE: LA COYUNTURA DE INVIERNO, EL DESCONTENTO POPULAR Y EL DESAFÍO DE LOS REVOLUCIONARIOS

CHILE: LA COYUNTURA DE INVIERNO, EL DESCONTENTO POPULAR Y EL DESAFÍO DE LOS REVOLUCIONARIOS

Actualmente la Central Unitaria de Trabajadores (refundada en los primeros tiempos de la post dictadura) está compuesta, principalmente, por las grandes agrupaciones de trabajadores y empleados públicos (ligados a servicios estatales y trabajadores de la educación y la salud municipalizadas), y expresiones del sindicalismo de empresa, hoy en franco estancamiento. Reúne formalmente a alrededor de 350 mil trabajadores, esto es, la mitad del universo sindicalizado.
En un Chile neoliberalizado hasta la médula, el Estado cumple funciones puramente policiales; propugna la desregulación de la economía y el imperio absoluto del mercado; destina su gasto social sólo a subsidiar de manera insuficiente los focos más estructurales de la miseria (dejando en manos privadas los derechos sociales garantizados en el modelo capitalista pre dictatorial, basado en un Estado de parcial carácter desarrollista); y funciona como bolsa de trabajo para los militantes de la Concertación de Partidos por la Democracia –y marginalmente, de la izquierda domesticada-. Los funcionarios organizados del aparato burocrático representan menos de un 5 % de la fuerza sindicalizada del país.
De acuerdo a cifras del gobierno central, alrededor de un 12 % de los trabajadores chilenos pertenece a un sindicato. Un punto, y sólo un punto de este porcentaje logra mejoramientos salariales y laborales objetivos en sus negociaciones.
El nuevo patrón de acumulación capitalista –digitalizado por el FMI, el Banco Mundial y la OMC- fundado en la precarización estructural del empleo a través del contratismo, subcontratismo, trabajo eventual y transitorio (que, en conjunto, constituye más del 70 % de la fuerza laboral), fue sacralizado jurídicamente en 1980 mediante el llamado Plan Laboral de la dictadura. Hoy, salvo correcciones adjetivas, se mantiene incólume.

LAS ESTRATEGIAS DE CONTENCIÓN SOCIAL DESDE EL PODER
La lucha de los trabajadores subcontratistas asociada a la explotación de los recursos forestales, el cobre y el petróleo durante la primera mitad de 2007, abre tímidamente, un nuevo período de lucha de clases y reorganización de los nuevos actores expoliados por una burguesía transnacionalizada, violenta y retrógrada. Ahora último, se suma la protesta de los pescadores artesanales de la V y VIII regiones, y las trabajadoras temporeras del agro, dañados por la explotación indiscriminada de las corporaciones que soportan sus ganancias en las riquezas del mar y la producción frutícola.
Estos eventos, acunados por años de explotación, han obligado a los de arriba a enfrentar -por la fuerza de los hechos, las estadísticas y las encuestas- la "cuestión social". Ella se expresa en las desigualdades astronómicas que dividen Chile entre las paradisíacas condiciones de vida de una minoría contra la pobreza, inestabilidad laboral, sobreendeudamiento y ausencia de expectativas, en todo orden de cosas, de la mayoría.
Así, entonces, comenzaron a estrenarse las viejas tácticas de contención social desde el poder. Primero lo hizo la superestructura de la Iglesia Católica, con su llamado a establecer un "sueldo ético"; luego la derecha con fórmulas que profundizan el Estado Subsidiario (pero sin aumentar el impuesto a las empresas); y finalmente los partidos de la Concertación y el propio gobierno con la necesidad de implementar un nuevo "pacto social" a través de una "Mesa de la equidad social", formada por tecnócratas, políticos de los partidos burgueses y la Confederación de la Producción y el Comercio, organización máxima de los empresarios en Chile. Naturalmente, una comisión propiciada por La Moneda con la mencionada composición, no evacuará más que un informe gatopardo, inoficioso y antipopular. Hasta el propio presidente de la CUT, Arturo Martínez –muy asiduo a las reuniones gubernamentales- , se ha negado explícitamente a participar en la mentada Mesa. Es posible que los pésimos recuerdos y resultados de la comisión sobre educación surgida luego del mega conflicto protagonizado por los estudiantes secundarios el 2006, todavía resuenen en los oídos del dirigente. O que pretende, en una situación de fuerzas más concluyente, forzar una recomposición de la Mesa más proclive a los trabajadores. O no quiere poner en riesgo su aureola de "luchador independiente" antes de la movilización del 29 de agosto. Quién sabe.

LA PROTESTA DEL 29 NO ES OBRA DE ARTURO MARTÍNEZ
Lo cierto es que este es el actual marco –calentado por las duras alzas de la leche, las verduras, el pan y la electricidad- en el que el presidente de la CUT ha convocado a una movilización nacional el 29 de agosto (que es probable que ya se haya realizado cuando se lean estas líneas) cuya consigna es "¡No al neoliberalismo! ¡A conquistar un Estado social, democrático y solidario!", y cuya organización parece decir "proteste como pueda, pero proteste".
Sin duda, importantes segmentos del pueblo lo harán de mil formas y por mil justas razones, empleando la convocatoria de la CUT, más como una excusa oportuna, y mucho menos por el inexistente liderazgo de Martínez.

LA CRISIS DEL NEOLIBERALISMO NO ES LA CRISIS DEL CAPITALISMO
Es claro para cualquier observador promedio que Chile no "arde por sus cuatro costados", y que, en general, el movimiento popular y los trabajadores recién retoman el derrotero de la organización y lucha social, luego de un largo período de reflujo profundo inaugurado sincrónicamente con el advenimiento del primer gobierno de la Concertación, en los albores de la década pasada.
Su desmantelamiento fue ordenado por las propias direcciones de los partidos de gobierno, quienes, mediante el conocido pacto interburgués patrocinado por el Pentágono, se agregaron ideológicamente al neoliberalismo y a la democracia sin pueblo. Pero ahora con rostro civil y traje azulado, saldando con mucho dinero y sin justicia el tema de las violaciones a los Derechos Humanos durante la dictadura; y dando paso a ciertas libertades civiles que no pusieran en riesgo la "gobernabilidad" y "paz social" necesarias para la reproducción del actual patrón de acumulación del capital, del cual ya son beneficiarios hace mucho tiempo. El paulatino, lento, pero sostenido "asomo de cabeza" de los de abajo, al parecer, está asociado no a la crisis del capitalismo como paradigma hegemónico mundial, ni del sistema de partidos burgueses (cuya capacidad de rescilencia política jamás deja de asombrar), sino simplemente a que el recetario neoliberal impuesto a punta de metralla en los 70 y 80, no ha resuelto el drama social de los chilenos. Más bien, perpetúa la brecha entre ricos y pobres, consolida la "mala vida" para la mayoría del país y genera un creciente descontento en amplios sectores de la comunidad nacional. Es la versión neoliberal o "capitalismo salvaje" el que comienza a cuestionarse en el debate público organizado por el poder. La crítica por arriba se concentra en el establecimiento de políticas económicas más redistributivas, pero cautela metálicamente su apuesta central de mantener un gobierno empresarial. El llamado a la "humanización del capitalismo", en este caso, es a la "humanización de la burguesía"
Por eso, el llamado de la CUT ha tenido la dulce acogida de los laterales "díscolos" del parlamentarismo concertacionista: una fracción de diputados y senadores que ha manifestado su relación conflictiva con las dimensiones más radicales del modelo.
La protesta social –cuya pesadilla patronal tiene la forma de un estallido sin control de hordas de pobres, violentos, oscuros, sin ley-, como es históricamente sabido, precisa de un pistón que organice y conduzca su fuerza. Y dependiendo de la naturaleza del pistón, las energías desatadas del pueblo se conducen hacia el control y reordenamiento del sistema por arriba –represión mediante-, o hacia la emancipación de las mayorías.
Pero la eventualidad de un estallido social en Chile, independientemente de que día a día se confabulen las condiciones para su aparición, son más bien una paranoia interesada de los de arriba, que una situación objetiva. Por cierto, el malestar social comienza a manifestarse y da los pasos primeros de su rearticulación orgánica, después de largos años de siesta obligada. Sin embargo, no es posible advertir, en lo inmediato, un "caracazo" o un levantamiento al estilo de Argentina 2002.
De permanecer el actual orden de cosas, la incorporación de dirigentes sociales y políticos extraparlamentarios al Congreso podría cooperar –en una trama compleja y de resultados vagamente predecibles- con proyectos de ley que "corrigieran" los excesos del capitalismo salvaje y, a través de la colaboración de clases, por ejemplo, aumentar el impuesto a las empresas (irrisorio hoy día). Toda vez que, frente a esta situación imaginaria, se ponga entre paréntesis la crisis de los Estados Nacionales y la extinción de sus antiguos fueros ante los poderes omnipresentes de las organizaciones internacionales que gobiernan e imponen jurídica, política y militarmente la división mundial del trabajo, y cuya mano de hierro escribe, a escala criolla, los núcleos y maneras del modelo que funciona en Chile a través del Ministerio de Hacienda, el Banco Central y el empresariado.
Centrándose únicamente en los fundamentos del llamado de la Iglesia Católica y la "Mesa de la Equidad Social " en orden a levantar iniciativas tendientes a "humanizar a la burguesía" reinante ante el peligro de la reorganización de los pobres, la apuesta estratégica de los segmentos más visionarios del poder se encontraría en amortiguar las contradicciones sociales mediante una disminución táctica de sus ganancias, a favor de los de abajo, y manteniendo intactas las relaciones de producción y de poder.
Por eso es importante la naturaleza del pistón político que capitalice el descontento y lucha social.
Al igual que en otros episodios de desbordamientos populares en el Continente; de no existir una herramienta política orgánica del pueblo -amplia, democrática, con vocación de poder, mestiza y popular, con proyecto país y capacidad de conducción-, un eventual estallido de descontento en Chile, simplemente fortalecerá la "represa social" de los de arriba.
Sin desdeñar principistamente la representación de los intereses del pueblo en la arena política diseñada por el poder (participando en gobiernos comunales y luego en el Congreso burgués); el empeño esencial de los revolucionarios debe volcarse a la construcción de la organización política de los de abajo para la toma del poder.
Sólo la concurrencia y armadura teórica y en lucha de las diversas organizaciones de clase, iniciativas políticas liberadoras y pueblo de avanzada, con la mirada puesta en la transformación profunda y socialista de Chile, establece las condiciones mínimas necesarias para sentar las bases de un proyecto genuinamente revolucionario.
De lo contrario, el conjunto de luchas descoyuntadas del pueblo pueden ser rápidamente reorientadas por las adecuaciones que demanda el modelo para enfrentar con éxito el nuevo período de descontento social que comienza a andar.
Nuevamente la unidad generosa, de largo plazo, desterrada de prejuicios y sobreideologizaciones inútiles, se pone a la orden del día. La unidad de los revolucionarios, con la cabeza y el horizonte llenos de pueblo. Con los aprendizajes acumulados por décadas de lucha y preparándose orgánicamente para enfrentar a un enemigo que no cederá un grano de sus privilegios por filantropía o voluntad. Con lucidez, memoria y futuro. Concientes siempre de lo duro y complejo de la tarea histórica urgente para cambiar la vida.
La estatura de los revolucionarios chilenos debe tener la talla de sus objetivos. O están condenados a la marginalidad política, la diáspora autodestructiva, el vagón de cola de la historia de Chile.
Invierno de 2007

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